Para poder adentrarnos en el tema, será necesario hacer un pequeño viaje de regreso a nuestra experiencia escolar como alumnos, donde podremos recordar las distintas situaciones que vivimos con nuestros amigos, compañeros, personal de la escuela, los espacios de juego y recreación, las excursiones, entre otros. Algo fundamental es recordar a aquellos docentes que tuvieron un impacto en nuestra formación, tanto positivo como negativo. Probablemente al recordar estos momentos puedan llegar algunos sentimientos encontrados, unos en donde la experiencia fue sumamente agradable, placentera y significativa y por otro lado una experiencia nada grata en la cual se pudo haber manifestado la tristeza, frustración o desolación. Después de recordar esto, ¿con cuál de los dos prefieres quedarte?
Puedo intuir con cual.
Sin duda todas las situaciones a las que nos enfrentamos día a día incluyen una experiencia emocional, y las aulas no están exentas de ello. Por esta razón es fundamental que como docentes estemos preparados y continuamente informados de los avances y descubrimientos sobre la importancia que tienen ciertos elementos en nuestra labor diaria. Uno de ellos es incluir las emociones con mis alumnos, no me refiero a lo habitual y de rutina que realizamos, hablo de un proceso planificado, bien intencionado y con objetivos específicos para el desarrollo del mismo.
La principal aportación de la Neurociencias al mundo educativo es el tema de las emociones, ya que éste se considera el ingrediente fundamental al enseñar. El término “emoción” y “cognición” son términos inseparables, es decir, es el binomio clave para generar cambios en la manera que enseñamos, por ende, la manera en que nuestros alumnos aprender. Mucho tiempo se tuvo la idea que solamente había que enfocarse al desarrollo cognitivo, hoy sabemos que existen otros elementos que favorecerán a los procesos formativos de nuestros alumnos.
El conocimiento está asociado a la emoción y al combinarlos tendremos un resultado maravilloso: un almacenamiento productivo. Ya no es la era en donde los alumnos deben memorizar toda la información que les proveemos o aprender por aprender, lo deseado es que aquello que aprendan sea relevante y tenga un significado para ellos. Aquí es donde entra nuevamente la emoción.
Al proveer ciertos estímulos que generen emoción en los alumnos, se activa el neurotransmisor llamado “dopamina”, llamada también la hormona de la felicidad , que permite obtener un aprendizaje concreto, ya que se asocia con algo que genera sensaciones agradables y se guarda en nuestra memoria.
Una de las estrategias con las que podemos empezar en nuestras clases es despertar la curiosidad en nuestros alumnos. La curiosidad se refiere a aquello que sobresale y que es diferente. ¿A quién le gusta la monotonía, la rutina o actividades predecibles? Creo que a nadie, o al menos no a los alumnos de esta era.
En la medida que despertemos la curiosidad en ellos podremos observar ciertos cambios en la dinámica de clase: alumnos más atentos, motivados, implicados, con actitud de trabajo y cooperación, por mencionar algunos.
Asimismo, otra estrategia sugerida es favorecer las emociones positivas y enfocarnos en las cualidades y habilidades que los alumnos sí tienen y hacérselos saber. Parece algo sencillo pero sumamente transcendente para ellos.
Todo alumno necesita atención emocional, reconocimiento y experiencias de éxito que lo hagan sentir competente.
¿Cómo lo ves? ¿Te animas a intentarlo? Créeme, no te vas a arrepentir.
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